Si las nubes fueran mías,
si mi piano fuera cobre
y tu pelo fuera azúcar.
Aunque yo no lo decía,
tu tristeza de sonido
me explotaba en los oídos.
Yo encharcaba un pasajero,
y escupía un caminero.
Yo caminaba solo,
porque me dolía el cuerpo entero.
Yo me sentía solo,
y mi perro aúllaba loco.
Qué martirio hay en tu luz abrasadora.
Pero espero no sea nada,
y mi viento se haga hielo.
Que en tu culpa el camino he muerto.
Si enfermo a que me digas
una sola esperanza de tus migas.
Hoy tropiezo y caigo por tus días.
Hoy me caigo y no los veo.
Soy yo el que espera y el que evita.
Soy yo que no abanonda
esta angustia que me irrita.